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Había un perro bajo la cama · Eduardo Cerdán



Había un perro bajo la cama (Nitro/Press, 2022), de Eduardo Cerdán, reúne diez historias que reflejan un cierto estilo de vida clasemediero de la CDMX y alrededores con una mirada irónica y desencantada. Mediante tramas directas, concisas y mordaces, el autor crea un imaginario de personajes capaces de enternecer o fascinarnos por sus vacíos existenciales.

< evolución >
Quién sabe si he evolucionado o si sólo he ido cambiando de asiento, probando lugares, como cuando llegabas temprano a la escuela y tenías el salón a tu disposición. En mis primeros dos libros agrupé cuentos que había escrito por separado, uno por uno, sin un plan ulterior, y en los que luego hallé elementos que, según yo, los unificaban de manera muy evidente. En el primero fueron las atmósferas; en el segundo, los personajes niños o infantilizados. Había un perro bajo la cama es el primer proyecto que escribí con la idea de lograr un todo, como si los protagonistas habitaran el mismo universo: mientras éste hace eso en Xalapa, aquél vive esto otro en CDMX y aquella pareja está viajando por carretera. Algunos nombres u objetos se repiten a lo largo del volumen, además. En general hablo de personajes solitarios, con muchas opiniones sobre los demás —pero sin autocrítica—, y con vidas ordinarias que se sacuden de pronto. Pero incluso esos sacudimientos son contenidos, de un orden casi hogareño. Para mí fue un reto hacer esto porque yo venía de escribir cuentos fantásticos, violentos, y acá me proponía conseguir relatos realistas y cotidianos. No lo logré del todo, porque lo extraño se cuela en un par de cuentos, pero definitivamente percibí un cambio. Además, cuando escribía estos textos me pasó algo distinto: empezaba pensando en la forma y luego, a partir de las tramas que tenía en mis notas, elegía cuál era la que mejor le quedaba a ese contenedor.

< concepto >
Un reseñista escribió hace poco que los perros son propensos al cliché. Me dio risa el apunte, porque un perro no es un personaje tipo. Hay, en cambio, circunstancias —muchas de ellas muy trágicas— que por desgracia se repiten en las vidas de los animales, pero eso es otro asunto. Ahora: sobre la conceptualización del libro, lo curioso es que al inicio no planeé que tuviera perros. En el proyecto de la beca con la que escribí Había un perro bajo la cama, dije que quería hablar de esos personajes solitarios que mencionaba: parias, gente que roza la locura, hombres que "no lo son tanto" y provocan cejas alzadas. Los perros vinieron después, justamente para contrapuntear lo pesado de los protagonistas y sus mundos interiores. Necesitaba que convivieran con otras conciencias, animales o humanas. De hecho los cuentos que se centran en perros son sólo cuatro, la minoría. En los seis relatos restantes sí hay personajes caninos, pero apenas como presencias orbitales: a veces ni siquiera están los perros en sí, sino sus aullidos o sus desechos en la calle.

< proceso >
En 2018 empecé a hacer algunos apuntes para este libro, gérmenes de historias, pero no lograba escribir nada. Ese año y el inicio de 2019 fueron de esterilidad y angustia: tenía varios trabajos y en todos me pagaban muy mal, vivía en menos de 10 m2, me costaba llegar a fin de mes y estaba deprimidísimo. Fue hasta 2020, y sobre todo en 2021 —gracias a la beca y al acompañamiento de Víctor Hugo Vásquez Rentería—, que pude concentrarme en esas historias que había boceteado en los años anteriores. Ya luego vino la reescritura, el palimpsesto y el acomodo, procesos que se extendieron hasta bien entrado el 2022.

< poesía >
La poesía me importa muchísimo porque es un género muy cercano al cuento. Es fácil, me parece, que en la ficción breve se filtren recursos poéticos. Eso es lo que ocurre en mi caso: no se cuela la poesía en sí, sino ciertos recursos de ella. El ritmo me obsesiona: siempre hago que Siri me lea en voz alta lo que escribo, mil veces, justamente para captar y pulir el ritmo, y en el último texto de mi libro más reciente —por poner un ejemplo más concreto— la narración opera a través de imágenes. Los títulos que he publicado tienen epígrafes de la poeta Wisława Szymborska —mi diosa personal— porque me deslumbra su inteligencia, su humor, los fragmentos de la vida que le interesan y los seres sobre los que habla en sus textos: poemas y ensayos que en general son breves. Hay otros epígrafes en Había un perro bajo la cama (Silvina Ocampo, Donna Haraway, Margaret Atwood) que están ahí no tanto —o no sólo— por afinidad estética, sino porque se refieren a lo que me interesó indagar en mis cuentos: la vergüenza que atañe a "lo masculino" —ese extraño constructo— y las relaciones interespecie.

< genealogía >
Pienso que lo que escribo le debe mucho, por un lado, al español que se habla en el sur de Veracruz, porque mi familia paterna proviene de allá y tiene un gran repertorio de historias truculentas, con aparecidos y humor y mentadas de madre. Por otro lado le debo muchísimo a la tradición de mi ciudad, Xalapa, que es muy rica para ser un lugar tan pequeño: ahí murieron Emilio Carballido y Sergio Pitol; ahí nacieron el cuento mexicano moderno (gracias a Roa Bárcena), el estridentismo, Sergio Galindo y sus proyectos editoriales donde —a través de la Universidad Veracruzana— publicó a grandes voces latinoamericanas del siglo XX (Garro y García Márquez, por ejemplo) antes de que se volvieran famosísimas.

En el plano libresco, si tuviera que inventarme una genealogía propia con nombres mexicanos, empezaría con el gótico veracruzano: el mismo Sergio Galindo —nomás por sus novelas— o Pitol —por sus primeros cuentos tropicales—, pero también autoras en plena producción como Norma Lazo, Magali Velasco o Fernanda Melchor. Luego iría hacia atrás, hacia escritoras del Medio Siglo que incluso he estudiado desde la academia: Dueñas, Dávila, Garro, Arredondo, Adela Fernández, Beatriz Espejo... Leer sus obras siniestras fue una experiencia fundacional: me parecía que me daban permiso, que me decían "sí se vale hacer esto". También he vivido algo así al enfrentarme con la ternura extrañamente despiadada de Lucia Berlin, el deep south de Carson McCullers y Flannery O’Connor, lo alucinado erótico de Marosa DiGiorgio, o con el humor cínico de Enrique Serna, Rosa Beltrán y Ana García Bergua, para mencionar nombres vivísimos de México—, con los alcances crueles y mordaces de Liliana Blum o con la complejidad formal que ha logrado Eduardo Antonio Parra en varios relatos de largo aliento.

< relatos >
Cuando pienso en mis cuentos favoritos recuerdo el prodigioso Kashtanka de Chéjov, una historia entrañable con una técnica genial: un narrador que se acerca demasiado a la mente de una perrita, pero sin humanizarla y —por fortuna— sin inventarle una voz. Amo Carta a una aprendiz de cuentos, de Guadalupe Dueñas, y Point of View, de Lucia Berlin, porque son joyas de la mise en abyme: el cuento dentro del cuento. Neighbors y What Is It?, de Raymond Carver, me encantan por su prosa desnuda —medio atropellada—, el voyerismo que destilan y sobre todo por sus finales abruptos —casi anticlimáticos— que nunca muestran lo tremendo: sólo sugieren los hechos terribles. Leche, de Marina Perezagua, también me parece un gran cuento porque su anécdota es una de las más perturbadoras —si no la más— que he leído.

< diferenciales >
Mientras escribo sí estoy al tanto de mis obsesiones, mis recurrencias, pero procuro cambiar de lugar constantemente. Si al principio exploraba la violencia cruda y lo fantástico —pongamos por caso—, ahora busco fijarme en lo patético que raya con lo grotesco, por ejemplo. Allí también hay violencia y también ocurre lo inusual, pero quizá con más sutileza. Ahora estoy escribiendo mi primera novela con el apoyo de otra beca y sigo probando formas de narrar, esta vez con una estructura porosa. No sé si vaya a lograrlo, la verdad, pero en ésas ando.

< aprendizaje >
La licenciatura y la maestría que estudié me han ordenado las lecturas de distintas tradiciones, eso está muy bien y lo agradezco. Pero editar a otras autoras, a otros autores, ha sido mi mayor y mejor escuela: en proyectos autogestivos, en sellos trasnacionales y en revistas y libros de la UNAM. Pienso que la médula, la verdadera carpintería literaria, bulle justamente ahí, en un proceso editorial bien llevado. Los talleres también tienen mucho de edición, por supuesto. Lo he vivido al tomarlos, al impartirlos, y también ahora que trabajo en la coordinación del diplomado en escritura creativa que se imparte en Literatura UNAM. Me he dado cuenta de que quien mejor tallerea es porque tiene a un gran editor dentro.

< contexto >
No me etiqueto a mí mismo porque lo que he escrito hasta ahora visita varios subgéneros narrativos (aunque no me lo haya propuesto): cuento cruel, weird, terror, algo de noir... Cuando publiqué Los niños volvieron de noche, por ejemplo, vacilé sobre incluir un texto híbrido que tiene mucho de cuento, pero también de ensayo y de crónica. Al final sí me atreví y me siento cómodo con la decisión. Ese texto en específico ha generado posturas opuestas: ha sido el típico "ése podrían saltárselo" de algunas personas, pero también el favorito absoluto de lectores con perfiles muy disímiles: desde adolescentes de 16 hasta colegas que nacieron en los setenta u ochenta. En fin. La recepción y la crítica —cuando estás escribiendo o cuando ya publicaste un libro— son temas complejos, algo desconcertantes a veces, pero que me fascinan. Si escribir es el oficio que elegiste y entiendes pronto que no pasará nada si hoy mismo dejas de producir, que si te retiras de la literatura todo continuará igual —saldrán más Trumps o Mileis y la Tierra seguirá encaminándose a su fin—; si de veras lo entiendes y lo asumes, la escritura —todo lo que la rodea— se vuelve todavía más gozosa, relajada, y los diálogos con quienes te leen siempre tienen algo de milagroso, porque te dedicaron tiempo en esta época enloquecida.

< nitro/press >
El capitalismo y el ambiente literario —con los concursos para conseguir becas o premios— promueven la competencia, pero yo no veo la escritura en esos términos. Tampoco me interesa institucionalizarme de más a la hora de escribir. Por ejemplo: ninguno de mis libros ha llegado a las 80 páginas en Word, que es el mínimo estándar en los concursos para libros de cuentos. Si pienso que ya conté lo que quería y no alcancé las 80 páginas, no voy a sacarme más textos de la manga sólo para cumplir con las bases de convocatorias que no se actualizan desde hace mucho tiempo. Por eso he optado por el camino del dictamen editorial (salvo con mi primer libro, publicado por invitación de José Homero cuando él era editor en el gobierno de Xalapa). Iniciar una carrera de cuentista es difícil justamente porque eres novel y no un "autor-marca", como dicen en las agencias literarias. Por eso Nitro/Press ha significado un espaldarazo increíble para mí: porque se arriesga, siempre ha apostado por el cuento y ahora apuesta por mi escritura. Además, Mauricio Bares y Lilia Barajas —los directores del sello— han encontrado a grandes cómplices para coeditar mis libros: Antonio Ramos Revillas, de la Universidad Autónoma de Nuevo León, y Antonio Bonilla e Iris García, del Instituto Veracruzano de la Cultura. Llegué a Nitro/Press por suerte, sólo porque la escritora juarense Elpidia García me invitó a una antología de cuentos que —sin haberlo previsto— terminó por publicarse allí. Así conocí a Mauricio y Lilia: por azar. Antes ni siquiera los había visto, aunque claro que sabía que ellos curaban ese catálogo que admiro muchísimo y que, producido por dos personas nada más, se distribuye muy bien en librerías y ferias del país. Cuando leí en su sello textos que amé —la edición conmemorativa de la reina Amparo Dávila, la novela que le editaron a Gabriela Cabezón Cámara o varios cuentos de las antologías Lados B—, no me imaginaba que yo terminaría publicando allí. Otro milagro.


entrevista + edición: chris núñez
foto de portada e interiores: cortesía del autor

Megaloceros · Gerardo Lima




Los dos volúmenes de Megaloceros, Libros del ciervo (Paraíso Perdido, 2021) sitúan sus coordenadas en Amarillo, una región ficticia que conecta directamente con Robert W. Chambers. A través de seis relatos de horror cósmico, Gerardo Lima empalma tradiciones literarias como la inglesa y la estadounidense en México, con sus particularidades geográficas, lingüísticas y folclóricas. El concepto de ciervo, detonador de presagios ominosos y experiencias atroces, nos asoma al vacío de forma incisiva.

< mito >
Siempre me ha interesado crear mitos, porque es algo que he hecho desde niño. Y es una de mis mayores fascinaciones. Lo que aprendí con Lovecraft fue la creación de mitologías propias, de realidades dentro de la ficción. Y eso es lo que busqué en Megaloceros, que existiera un mundo muy amplio dentro de los mismos cuentos, que se sintiera cómo se rompen esos límites entre realidad y ficción.

< autores >
Chambers, Barron, Cioran, Ligotti, Lovecraft y King son importantes para mí, y lo fueron mientras escribía este libro. Creo que siempre se me olvida mencionar a una autora que se ha convertido en un referente, al nivel de ser ya una rockstar. Pero cuando escribía este libro, Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enríquez era un libro que recién había llegado a Anagrama y estaba llamando la atención a un nivel cada vez mayor. Pero ella junto a los autores que mencionas se convirtieron en las bases de lo que yo quería comunicar con mi obra. Algo mexicano, pero con las influencias del terror anglosajón, del pesimismo paneuropeo, que me han movido desde que descubrí que la literatura era algo para mí.

Hay autores que me han marcado desde muy joven, algunos ni siquiera forman parte del subgénero de terror. Clásicos como Dostoievski o Tolstoi, pero también Byron, Goethe, Baudelaire o Proust son autores fetiches para mí. La literatura norteamericana siempre ha sido importante para mí. Buscaba la "gran novela norteamericana", y en ello leí cosas como Mobydick o Huckleberry Finn, pero también están autores como Carver, Cheever, Joseph Heller, Hemingway o Pynchon. También soy fanático de la literatura fantástica, de los italianos como Buzzati o Calvino, los románticos alemanes, los decadentes franceses y los grandes narradores hispanoamericanos. Y ya, por último, los estudiosos de la religión y los mitos del mundo como Robert Graves, Mircea Eliade, Marija Gimbutas, Gershom Scholem, Georges Dumézil, López Austin o Mercedes de la Garza.

< identidad >
Megaloceros es un libro muy afortunado. No lo digo porque sea una maravilla o algo parecido, sino que para mí funcionó a la perfección. Tardó en caer la idea y la estructura, pero cuando me di cuenta de que todo circundaba en torno al ciervo y a la ciudad de Amarillo, todo se conjugó en mi cabeza hasta formar esta "salsa macabra". No quería llamar a alguien Jeffrey Ford, sino Julián Cabrera, pero reconociendo mis influencias del horror y la literatura anglosajona. Eso incluye también mi gusto por la historia romana y por el paganismo en Europa, que quise conjugar dentro de un territorio mexicano ficticio, pero reconocible.

< ciervo >
Busqué de algo que no fuera esencialmente una amenaza. Lo que dice Noël Carroll sobre el monstruo, que debe ser amenazador de por sí, quise convertirlo en algo distinto. Además, mi gusto por lo horroroso no depende sólo de lo grotesco o lo feo, sino también de lo sublime. Y el ciervo es un animal que, para mí, conjuga las dos cosas. Para entender el símbolo me fui a mitologías mongolas, japonesas, chinas, celtas, mazatlecas, ndé o mexicas.

En alguna ocasión quise explorar otra visión sobre el ciervo, pero no he podido hacerlo, lo que me indica que el tema se ha cerrado. Lo único que todavía sigue como una referencia es La Antigua y lo que hay ahí dentro. En este sentido, para mí el relato La Antigua (Megaloceros giganteus) es el summum del libro.

< inflexión >
Para este libro, el punto de inflexión fue el FONCA y su programa de Jóvenes Creadores, pues estar ahí me cambió la vida. Estar con compañeros talentosos, con grandes tutores y estar viendo cómo funciona todo dentro de un ámbito al cual es muy difícil llegar, me dio el espaldarazo que necesitaba. Lo mismo pasó con el premio que gané un poco después, que además me ayudó a superar una de las enfermedades más discapacitantes que he sufrido en mi vida. Y lo que ha pasado después de este libro también ha sido más que complicado, pero eso ya pertenece a otro momento.

< coronavirus >
Lo que sí podría decir es que la pandemia afectó bastante a las editoriales, y esto se ha visto con las independientes, y claro, con el alcance que tenían o podrían tener algunos autores.

Durante la pandemia se llevaron a cabo muchísimas presentaciones en línea, pero es algo que se desgastó, y por suerte volvemos a lo físico, las ferias, las librerías, etc. La promoción literaria ha tenido un mayor auge, quizá, con las redes, y lo mismo el encuentro entre escritores y lectores de distintas partes del mundo. Como autor, la verdad es que me ha ido bastante bien. Me he sentido muy apoyado tanto por instituciones culturales oficiales como independientes. No he llegado al reconocimiento que busco ni tampoco soy tan leído como me gustaría, pero considero que he tenido bastante suerte para cruzar algunas de las trampas y de los obstáculos que hay en este medio cultural, a veces tan complicado y poco amable con los artistas.

< weird >
No, yo me considero un escritor/autor y ya. Sí, sé que escribo terror y que es un género que me gusta, pero no es lo único que me interesa ni leer ni escribir. En tanto lo weird, entiendo que hay autoras o autores inclasificables que quedan muy bien aquí, como Karin Tidbeck, Iliana Vargas o Édgar Omar Avilés, además de los ingleses que dieron paso al término, que más bien se refiere al new weird, como Miéville o los Vandermeer. Porque weird era Lovecraft.

Cada uno puede ponerse la etiqueta que guste. Yo lo he hecho. Pero eso es algo que depende de los demás. Si alguien después dice que en Latinoamérica se hace Realismo Especulativo Sureño, estará bien.

< proyectos >
Siempre ando trabajando, aunque no termine en buen puerto necesariamente. Estoy con una novela que ha estado muchos años en mi cabeza. Y estoy con ella, esperando que en esta ocasión pueda terminarla. Además, estoy revisando un libro para su publicación este año, que es casi-casi una sorpresa. Es de cuentos, y tiene relación con santos populares y con la violencia de este país. Próximamente se publicarán otros dos libros de cuentos, y es un género que me sigue interesando. Pero trato de que mi trabajo en estos años futuros se relacione más con la novela, pues me interesa explorar ese largo aliento en una búsqueda personal tanto de la prosa como de la estructura de alguna historia que me parezca interesante.

Aún hay muchos proyectos para rato.

Y, finalmente, muchas gracias por la paciencia, por el interés, y por todo esto. Espero haya podido responder con claridad algunas de las preguntas. Nuevamente, mil gracias.



entrevista + edición: chris núñez
foto de portada e interiores: roberto murillo




Viejos comiendo sopa · Javier Acosta




Javier Acosta posee una vasta obra poética que pone en suspenso las certezas y asume riesgos estilísticos a través de metamorfosis repentinas. El autor nutre su imaginario de la tradición literaria oriental, la reflexión filosófica y el diálogo con la belleza. Viejos comiendo sopa obtuvo el Premio Nacional de Poesía «Juan Eulogio Guerra Aguiluz» 2020, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa.

< lentitud y belleza >
Hay constantes llamados a la reconciliación del espíritu del tiempo y la belleza. Byung Chul-Han articula mucho de su pensamiento en torno a esa idea. Un arte de la lentitud es necesario, pero esa necesidad es soslayada por la velocidad de escape que nos propulsa y que modula la experiencia humana. Parece una inversión siniestra del llamado de Horacio, el carpe diem, que nos invita a abrazar el día. Ahora lo entendemos como el mandato de vivir muy de prisa, ya que la vida es corta. Tendríamos que aclararlo, en el dialecto del presente: detente, demórate en la anchura del día.

< silencio >
Dice Pascal Quignard que no hay diferencia entre la música y un libro silencioso. El poema ordena musicalmente el discurso mientras suspende el ruido. Todo el que ha leído, también el que ha escrito, lo ha probado; se abre ante nosotros un reino silencioso, al mismo tiempo silenciado por el ruido. El asunto es complejo, múltiple. Tomaré un detalle aparentemente secundario como ejemplo: quien intenta un poema se enfrenta constantemente a las intermitencias de la voz, señaladas por el corte del verso, los espacios en blanco y, de manera decisiva, por la distribución silábica. No es poca cosa. Por todas partes aparece el hiato, la respiración, el resuello del poema. Si todo marcha bien, al escribir abrimos las costuras del lenguaje, que se anega de silencio, de lo que llamaba Lispector la entrelínea.

< inmediatez >
Mi reflejo ha sido distanciarme. A veces pienso que para mí escribir es la mejor coartada para estar solo. En el ámbito cultural y en el resto, he debido lidiar con mi introversión. Por otra parte es inevitable percibir las transformaciones de la escena y las políticas culturales, no es que hayamos estado alguna vez bien, pero considero que la cultura se encuentra especialmente descuidada, incluso desprestigiada, en los últimos años. Se han aplicado formas nuevas del descuido. Ojalá las cosas cambien, pero tenemos buenas razones para el descreimiento.

< postpandemia >
Creo que no soy la persona más al tanto; pero noto muy disminuida la actividad literaria. Creo que las instituciones encontraron una muy buena manera de ahorrar recursos con la organización de eventos en línea. Pero incluso se han suprimido muchas actividades que podrían realizarse en línea, como los talleres literarios. Hablo de mi entorno. No soy una persona muy nostálgica, pero soy adicto al libro de papel, me parece un soporte estética y humanamente todavía no superable, las ferias del libro parecen disminuidas, incluso incómodas; por ello, en peligro.

< metamorfosis >
He reflexionado últimamente sobre el punto, el motivo ha sido la lectura de un libro de Francois Jullien sobre lo que él llama la descoincidencia, se trata, afirma Jullien, de la misma dinámica que guía a la vida (al bíos) y al arte. El movimiento es doble, a partir de una coincidencia, lo vivo se reconoce porque descoincide. Se trata de la lógica de la metamorfosis frente al orden de lo fijo. Es la misma lógica de la creación artística. Lo decía también Leonard Cohen, algo así como "encuentro que una canción va bien cuando dice cosas que no diría, de un modo en que no las diría." Contra esta convicción está la idea de que siempre estamos escribiendo el mismo poema... pero tenemos la responsabilidad vital de buscar constantemente el modo distinto; con fecundo azoro podemos notar que la nueva forma produce nuevos pensamientos, lo que los antiguos llamaban metanoia (el cambio de rumbo del pensamiento), que para mí es el principal regalo que hace el poema a nuestra especie.

< allen >
Creo que en cierto modo sigo ahí, en ese lugar lejano del inicio. En cierto modo. Siento que cada libro que he escrito proyecta su propia sombra; a la sombra del anterior, en varios modos a contracorriente, surge el nuevo libro. Escribí Allen con el escalofrío de quien inicia un viaje sin retorno; sigo ahí, erizado, al inicio de este largo viaje.

< punto de inflexión >
Tengo la impresión de que lo he experimentado varias veces, ese punto de inflexión. Además de mis muchos accidentes biográficos, me afecta fuertemente la lectura de nuevos autores. El encuentro con la poesía china fue uno de esos puntos de inflexión; otro, que me produjo y me produce todavía una perplejidad insuperable, es el descubrimiento de la poesía de Charles Simic. La lista es interminable, los autores del haiku y la estética japonesa, Borges, la filosofía de Nietzsche, los formidables recursos y caminos que abre Anne Carson, el apetito de profundidad y detenimiento que me han despertado poetas como Edmond Jabès y Chantal Maillard; la lectura de los poemas de El guardador de rebaños. Las lágrimas de feliz perplejidad que me depara aún la poesía de Cummings. Recientemente, el descubrimiento de la fascinante Sharon Olds, mi nueva maestra, enseñándome a escribir desde el principio... pero el lastre sigue ahí, todos los días debe lidiar con él, es duro, pesado, multiforme, se traduce en formas. Formas de la cerrazón y del cerrojo. Veo muy claramente la diaria humillación a la que me someten las formas paralizantes, con algunas excepciones que de vez en cuando me permiten una momentánea y retráctil emancipación, siempre con ayuda de esos y otros maestros.

< revisionismo >
Siento que en efecto, se trata de una tarea revisionista y de desmontaje. Confío en el desarmador de la ironía, que no siempre está disponible pero que, cuando funciona, permite aflojar las oxidadas tuercas.

< humor e ironía >
Ayer pensaba, para explicar un punto en mis clases de Estética: la forma en el arte, así como la forma del poema es la del juego. La mayor parte del tiempo sonreía, incluso con maldad, al escribir el libro. Aclaro: los juegos me los propuso el libro y no al revés. El humor se modula irónicamente, como bien lo has observado; en mi caso el humor surge mientras escribo, como una respuesta de la escritura ante la rígida seriedad con que me la suelo tomar, esa ocupación que día a día se me impone como una empresa irrealizable. El humor despeja y revela, como lo descubrió en clave psicoanalítica Freud, pues según él abre la puerta a pensamientos reprimidos que de otra manera no tendrían permiso de aflorar. No sé si sea el término clínico el que debemos aplicar en este caso; tratándose de la poesía creo que el humor abre la puerta a lo no pensado y a la variación. El humor es espontáneo, no sigue un plan, resuelve y transparenta la profunda seriedad sobre la que baila.

< summa poética >
Creo que no alucinas. Sobre todo lo veo en los poemas que abren el libro, que son exploraciones sobre la poesía y sobre la escritura. Muchos de los textos resultan de una indagación en la que buscaba poner a trabajar mis desasosiegos sobre el poema, por ejemplo en Resuello, una definición que atañe a la materialidad respiratoria del verso.

< lo mínimo significativo >
Lo has visto con mayor claridad que yo; de eso se trataba. Por ejemplo en la escritura, que consiste de manera inicial y definitoria en el acto de inclinarse para hacerla. La observación es de William Carlos Williams, en su Paterson. Lo más próximo y evidente puede ser lo más revelador y erizante. Como en la meditación zen, se trata de sentarse, respirar, y nada más. Ese "nada más" se desdobla en nuestra conciencia, de manera tal que inunda el resto de nuestras esferas. El otro ámbito que intuyes, ritmo y tono, es para mí la octava más alta en que resuena y toman nuevos sentidos los elementos mínimos, como la postura, la respiración. Yeats afirmaba, como otros poetas, que la poesía consiste en disponer las palabras adecuadas en el orden adecuado. Nada más sencillo, nada más difícil y enigmático.

< legado y aire fresco >
Necesitaba esa bocanada, sentía que la escritura hacía trabajos de renovación en mi idea sobre el poema. La escritura es como una casa japonesa, con muros de papel, si no la renuevas frecuentemente, se te cae. El libro ha tenido fortuna, desde luego más de la que me esperaba. Ya proyecta una sombra, de ella nace otro libro que se le parece y busca descoincidir; ese es su legado, en lo que a mi diaria humillación respecta. La referencia a la canción de Camille [Le jeune fille aux cheveux blancs] me ayuda, los viejos que comen sopa vienen de Goya y de mi infancia: intenté capturar el tono socarrón y bíblico de las historias que me contaron, en el año del caldo, mis mayores.


De Viejos comiendo sopa

No he venido a enseñarte
a caminar sobre las aguas.
No he venido a enseñarte a multiplicar los panes y los peces.
Ni a transformar el agua en vino.
No he venido a salvarte, dijo,
he venido a pedirte que camines el fuego.

::

LA PUTA DE BABILONIA ES TENTADA POR ATLAS

Puedo aguantar tanto tiempo la respiración.
Puedo aguantar tanto tiempo sin hablar.
Puedo aguantar tanto tiempo sin cocinar.
Puedo aguantar tanto tiempo sin pasar el trapo.
Puedo aguantar tanto tiempo sin beber.
Puedo aguantar tanto tiempo sin cobrar.
Puedo aguantar tanto tiempo sin coger.
Puedo aguantar tanto tiempo sin Dios.
Puedo aguantar tanto tiempo sin morir.
Puedo aguantar tanto tiempo sin parir.
Puedo aguantar tanto tiempo sin dejar caer el mundo
que llevo a mis espaldas.

::

TODO SE VA, SI SE VA DE LA MENTE

Todo termina por abandonar el ámbito de la mente.
La vaca ha resuelto abandonar el ámbito de la mente. La yerba
rodadora en mi opinión, lo ha resuelto. El zanate ha resuelto.
La biznaga, se nota. Los dioses resolvieron. Debo incluir
la mosca y el mezquite, el arroz crudo y el arroz cocido,
la espiral logarítmica, el cuadrado aúreo; el marciano y la
estrella, el I Ching y puedo sospechar, humildemente que
la mente
ha resuelto
abandonar
el ámbito
de la cabeza —; de la voz —; de lo que haya sido
como haya sido, la escritura.

::

Un poema es nada
más a veces el cansancio de alguien que no tenía
otro remedio, ni palabra;
alguien dispuesto a no seguir
la corriente del sí, la corriente del no,
dispuesto a probar qué tal está de sal la vieja sopa
del día, de las palabras.

::

EN ADELANTE H.E
—UN ENSAYO—

Un hombre elefante (en adelante h.e.) lleva más bien las de perder.
Como nos deja ver David Lynch en su película, el h.e. no puede
dormir recostado,
su laringe se aplasta, como cuando doblas o pisas una manguera
de forma accidental o adrede. En la manguera es agua, en la
laringe es aire.
El h.e. quería ser algo así como el Hombre de Vitrubio. Acostarse de
lado y boca abajo, al final boca arriba: abrir sus piernas y sus
brazos, sentir cómo se ajusta al mismo tiempo al círculo, a la
estrella, al pentágono.

::

Un hombre hecho y derecho sueña que es una mariposa.
Una mariposa hecha y derecha tiene la pesadilla de ser hombre.
Un h.e. tiene sueños de hombre y pesadillas de elefante.
Me dice por ejemplo el h.e. que sueña mucho el cuento de los sabios
en el cuarto oscuro: la patrulla de ancianos viene cada noche
a su cuarto,
lo palpa minuciosamente, para saber qué diablos es un h.e.
El que palpa la trompa dice: Es la vieja manguera del h.e. cuerpo de
bomberos.
El que palpa los colmillos dice: Es la w más derechita del mundo.
El que palpa el escroto dice: No tiene calentura.
El que palpa la oreja dice: Aquí tampoco hay eco.
Los hombres viejos, sabios y barbados se quedan callados y no
saben si lo han soñado todo, si hay que seguir en ese cuarto
y mantener su sociedad o cada uno volver a su distante
habitación y despertar;
si nuestro viejo dios dejará alguna vez saber con claridad su sabio
parecer.

::

Un h.e. sabe al dedillo la diferencia entre la hora del sueño y la hora
de la muerte.
Mi padre, por ejemplo,
en su última hora
me dijo: Ven, ven,
tu corazón es puro,
el mío está podrido,
es hora ya de reemplazarlo,
ven, ven querido hijo.
Le contesté: Cómo lo sabes.
Me dijo: Porque tienes la fiebre
que me falta. Me dijo: Ven, ven,
querido hijo, es hora ya de reemplazarlo.

::

No es buena idea traer un h.e. al interior de mi país.
A su paso
los niños de la aldea quieren trepársele,
los perros y los monjes inclinan la cabeza,
las parturientas le soban el vientre,
los prestamistas calculan el precio de sus colmillos,
se toman una selfie todos los que tienen teléfono,
los ratones no evitan inquietarlo,
los zopilotes vuelan en círculos sobre su cabeza,
los presidentes se dan discretamente de codazos,
los vendedores de maní sacuden la cabeza.
Montado sobre mí,
mi padre dice:
No recordaba que así fuera el mundo.


entrevista + edición + ilustración: chris núñez

foto de portada: javier acosta