Viejos comiendo sopa · Javier Acosta




Javier Acosta posee una vasta obra poética que pone en suspenso las certezas y asume riesgos estilísticos a través de metamorfosis repentinas. El autor nutre su imaginario de la tradición literaria oriental, la reflexión filosófica y el diálogo con la belleza. Viejos comiendo sopa obtuvo el Premio Nacional de Poesía «Juan Eulogio Guerra Aguiluz» 2020, convocado por la Universidad Autónoma de Sinaloa.

< lentitud y belleza >
Hay constantes llamados a la reconciliación del espíritu del tiempo y la belleza. Byung Chul-Han articula mucho de su pensamiento en torno a esa idea. Un arte de la lentitud es necesario, pero esa necesidad es soslayada por la velocidad de escape que nos propulsa y que modula la experiencia humana. Parece una inversión siniestra del llamado de Horacio, el carpe diem, que nos invita a abrazar el día. Ahora lo entendemos como el mandato de vivir muy de prisa, ya que la vida es corta. Tendríamos que aclararlo, en el dialecto del presente: detente, demórate en la anchura del día.

< silencio >
Dice Pascal Quignard que no hay diferencia entre la música y un libro silencioso. El poema ordena musicalmente el discurso mientras suspende el ruido. Todo el que ha leído, también el que ha escrito, lo ha probado; se abre ante nosotros un reino silencioso, al mismo tiempo silenciado por el ruido. El asunto es complejo, múltiple. Tomaré un detalle aparentemente secundario como ejemplo: quien intenta un poema se enfrenta constantemente a las intermitencias de la voz, señaladas por el corte del verso, los espacios en blanco y, de manera decisiva, por la distribución silábica. No es poca cosa. Por todas partes aparece el hiato, la respiración, el resuello del poema. Si todo marcha bien, al escribir abrimos las costuras del lenguaje, que se anega de silencio, de lo que llamaba Lispector la entrelínea.

< inmediatez >
Mi reflejo ha sido distanciarme. A veces pienso que para mí escribir es la mejor coartada para estar solo. En el ámbito cultural y en el resto, he debido lidiar con mi introversión. Por otra parte es inevitable percibir las transformaciones de la escena y las políticas culturales, no es que hayamos estado alguna vez bien, pero considero que la cultura se encuentra especialmente descuidada, incluso desprestigiada, en los últimos años. Se han aplicado formas nuevas del descuido. Ojalá las cosas cambien, pero tenemos buenas razones para el descreimiento.

< postpandemia >
Creo que no soy la persona más al tanto; pero noto muy disminuida la actividad literaria. Creo que las instituciones encontraron una muy buena manera de ahorrar recursos con la organización de eventos en línea. Pero incluso se han suprimido muchas actividades que podrían realizarse en línea, como los talleres literarios. Hablo de mi entorno. No soy una persona muy nostálgica, pero soy adicto al libro de papel, me parece un soporte estética y humanamente todavía no superable, las ferias del libro parecen disminuidas, incluso incómodas; por ello, en peligro.

< metamorfosis >
He reflexionado últimamente sobre el punto, el motivo ha sido la lectura de un libro de Francois Jullien sobre lo que él llama la descoincidencia, se trata, afirma Jullien, de la misma dinámica que guía a la vida (al bíos) y al arte. El movimiento es doble, a partir de una coincidencia, lo vivo se reconoce porque descoincide. Se trata de la lógica de la metamorfosis frente al orden de lo fijo. Es la misma lógica de la creación artística. Lo decía también Leonard Cohen, algo así como "encuentro que una canción va bien cuando dice cosas que no diría, de un modo en que no las diría." Contra esta convicción está la idea de que siempre estamos escribiendo el mismo poema... pero tenemos la responsabilidad vital de buscar constantemente el modo distinto; con fecundo azoro podemos notar que la nueva forma produce nuevos pensamientos, lo que los antiguos llamaban metanoia (el cambio de rumbo del pensamiento), que para mí es el principal regalo que hace el poema a nuestra especie.

< allen >
Creo que en cierto modo sigo ahí, en ese lugar lejano del inicio. En cierto modo. Siento que cada libro que he escrito proyecta su propia sombra; a la sombra del anterior, en varios modos a contracorriente, surge el nuevo libro. Escribí Allen con el escalofrío de quien inicia un viaje sin retorno; sigo ahí, erizado, al inicio de este largo viaje.

< punto de inflexión >
Tengo la impresión de que lo he experimentado varias veces, ese punto de inflexión. Además de mis muchos accidentes biográficos, me afecta fuertemente la lectura de nuevos autores. El encuentro con la poesía china fue uno de esos puntos de inflexión; otro, que me produjo y me produce todavía una perplejidad insuperable, es el descubrimiento de la poesía de Charles Simic. La lista es interminable, los autores del haiku y la estética japonesa, Borges, la filosofía de Nietzsche, los formidables recursos y caminos que abre Anne Carson, el apetito de profundidad y detenimiento que me han despertado poetas como Edmond Jabès y Chantal Maillard; la lectura de los poemas de El guardador de rebaños. Las lágrimas de feliz perplejidad que me depara aún la poesía de Cummings. Recientemente, el descubrimiento de la fascinante Sharon Olds, mi nueva maestra, enseñándome a escribir desde el principio... pero el lastre sigue ahí, todos los días debe lidiar con él, es duro, pesado, multiforme, se traduce en formas. Formas de la cerrazón y del cerrojo. Veo muy claramente la diaria humillación a la que me someten las formas paralizantes, con algunas excepciones que de vez en cuando me permiten una momentánea y retráctil emancipación, siempre con ayuda de esos y otros maestros.

< revisionismo >
Siento que en efecto, se trata de una tarea revisionista y de desmontaje. Confío en el desarmador de la ironía, que no siempre está disponible pero que, cuando funciona, permite aflojar las oxidadas tuercas.

< humor e ironía >
Ayer pensaba, para explicar un punto en mis clases de Estética: la forma en el arte, así como la forma del poema es la del juego. La mayor parte del tiempo sonreía, incluso con maldad, al escribir el libro. Aclaro: los juegos me los propuso el libro y no al revés. El humor se modula irónicamente, como bien lo has observado; en mi caso el humor surge mientras escribo, como una respuesta de la escritura ante la rígida seriedad con que me la suelo tomar, esa ocupación que día a día se me impone como una empresa irrealizable. El humor despeja y revela, como lo descubrió en clave psicoanalítica Freud, pues según él abre la puerta a pensamientos reprimidos que de otra manera no tendrían permiso de aflorar. No sé si sea el término clínico el que debemos aplicar en este caso; tratándose de la poesía creo que el humor abre la puerta a lo no pensado y a la variación. El humor es espontáneo, no sigue un plan, resuelve y transparenta la profunda seriedad sobre la que baila.

< summa poética >
Creo que no alucinas. Sobre todo lo veo en los poemas que abren el libro, que son exploraciones sobre la poesía y sobre la escritura. Muchos de los textos resultan de una indagación en la que buscaba poner a trabajar mis desasosiegos sobre el poema, por ejemplo en Resuello, una definición que atañe a la materialidad respiratoria del verso.

< lo mínimo significativo >
Lo has visto con mayor claridad que yo; de eso se trataba. Por ejemplo en la escritura, que consiste de manera inicial y definitoria en el acto de inclinarse para hacerla. La observación es de William Carlos Williams, en su Paterson. Lo más próximo y evidente puede ser lo más revelador y erizante. Como en la meditación zen, se trata de sentarse, respirar, y nada más. Ese "nada más" se desdobla en nuestra conciencia, de manera tal que inunda el resto de nuestras esferas. El otro ámbito que intuyes, ritmo y tono, es para mí la octava más alta en que resuena y toman nuevos sentidos los elementos mínimos, como la postura, la respiración. Yeats afirmaba, como otros poetas, que la poesía consiste en disponer las palabras adecuadas en el orden adecuado. Nada más sencillo, nada más difícil y enigmático.

< legado y aire fresco >
Necesitaba esa bocanada, sentía que la escritura hacía trabajos de renovación en mi idea sobre el poema. La escritura es como una casa japonesa, con muros de papel, si no la renuevas frecuentemente, se te cae. El libro ha tenido fortuna, desde luego más de la que me esperaba. Ya proyecta una sombra, de ella nace otro libro que se le parece y busca descoincidir; ese es su legado, en lo que a mi diaria humillación respecta. La referencia a la canción de Camille [Le jeune fille aux cheveux blancs] me ayuda, los viejos que comen sopa vienen de Goya y de mi infancia: intenté capturar el tono socarrón y bíblico de las historias que me contaron, en el año del caldo, mis mayores.


De Viejos comiendo sopa

No he venido a enseñarte
a caminar sobre las aguas.
No he venido a enseñarte a multiplicar los panes y los peces.
Ni a transformar el agua en vino.
No he venido a salvarte, dijo,
he venido a pedirte que camines el fuego.

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LA PUTA DE BABILONIA ES TENTADA POR ATLAS

Puedo aguantar tanto tiempo la respiración.
Puedo aguantar tanto tiempo sin hablar.
Puedo aguantar tanto tiempo sin cocinar.
Puedo aguantar tanto tiempo sin pasar el trapo.
Puedo aguantar tanto tiempo sin beber.
Puedo aguantar tanto tiempo sin cobrar.
Puedo aguantar tanto tiempo sin coger.
Puedo aguantar tanto tiempo sin Dios.
Puedo aguantar tanto tiempo sin morir.
Puedo aguantar tanto tiempo sin parir.
Puedo aguantar tanto tiempo sin dejar caer el mundo
que llevo a mis espaldas.

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TODO SE VA, SI SE VA DE LA MENTE

Todo termina por abandonar el ámbito de la mente.
La vaca ha resuelto abandonar el ámbito de la mente. La yerba
rodadora en mi opinión, lo ha resuelto. El zanate ha resuelto.
La biznaga, se nota. Los dioses resolvieron. Debo incluir
la mosca y el mezquite, el arroz crudo y el arroz cocido,
la espiral logarítmica, el cuadrado aúreo; el marciano y la
estrella, el I Ching y puedo sospechar, humildemente que
la mente
ha resuelto
abandonar
el ámbito
de la cabeza —; de la voz —; de lo que haya sido
como haya sido, la escritura.

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Un poema es nada
más a veces el cansancio de alguien que no tenía
otro remedio, ni palabra;
alguien dispuesto a no seguir
la corriente del sí, la corriente del no,
dispuesto a probar qué tal está de sal la vieja sopa
del día, de las palabras.

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EN ADELANTE H.E
—UN ENSAYO—

Un hombre elefante (en adelante h.e.) lleva más bien las de perder.
Como nos deja ver David Lynch en su película, el h.e. no puede
dormir recostado,
su laringe se aplasta, como cuando doblas o pisas una manguera
de forma accidental o adrede. En la manguera es agua, en la
laringe es aire.
El h.e. quería ser algo así como el Hombre de Vitrubio. Acostarse de
lado y boca abajo, al final boca arriba: abrir sus piernas y sus
brazos, sentir cómo se ajusta al mismo tiempo al círculo, a la
estrella, al pentágono.

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Un hombre hecho y derecho sueña que es una mariposa.
Una mariposa hecha y derecha tiene la pesadilla de ser hombre.
Un h.e. tiene sueños de hombre y pesadillas de elefante.
Me dice por ejemplo el h.e. que sueña mucho el cuento de los sabios
en el cuarto oscuro: la patrulla de ancianos viene cada noche
a su cuarto,
lo palpa minuciosamente, para saber qué diablos es un h.e.
El que palpa la trompa dice: Es la vieja manguera del h.e. cuerpo de
bomberos.
El que palpa los colmillos dice: Es la w más derechita del mundo.
El que palpa el escroto dice: No tiene calentura.
El que palpa la oreja dice: Aquí tampoco hay eco.
Los hombres viejos, sabios y barbados se quedan callados y no
saben si lo han soñado todo, si hay que seguir en ese cuarto
y mantener su sociedad o cada uno volver a su distante
habitación y despertar;
si nuestro viejo dios dejará alguna vez saber con claridad su sabio
parecer.

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Un h.e. sabe al dedillo la diferencia entre la hora del sueño y la hora
de la muerte.
Mi padre, por ejemplo,
en su última hora
me dijo: Ven, ven,
tu corazón es puro,
el mío está podrido,
es hora ya de reemplazarlo,
ven, ven querido hijo.
Le contesté: Cómo lo sabes.
Me dijo: Porque tienes la fiebre
que me falta. Me dijo: Ven, ven,
querido hijo, es hora ya de reemplazarlo.

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No es buena idea traer un h.e. al interior de mi país.
A su paso
los niños de la aldea quieren trepársele,
los perros y los monjes inclinan la cabeza,
las parturientas le soban el vientre,
los prestamistas calculan el precio de sus colmillos,
se toman una selfie todos los que tienen teléfono,
los ratones no evitan inquietarlo,
los zopilotes vuelan en círculos sobre su cabeza,
los presidentes se dan discretamente de codazos,
los vendedores de maní sacuden la cabeza.
Montado sobre mí,
mi padre dice:
No recordaba que así fuera el mundo.


entrevista + edición + ilustración: chris núñez

foto de portada: javier acosta